MILO House parte de una hipótesis radical: diseñar una casa sin jerarquías. Cuatro habitaciones idénticas conforman el proyecto, dispuestas en cruz y separadas por un núcleo central de servicios. Ninguna pieza es más importante que otra. No hay sala principal, ni habitación definida. Cada espacio se habita según lo que sucede en él, no por lo que se le asignó de antemano. La variación no está en la forma, sino en la luz. Cada cubierta —diferente en altura, geometría y entrada cenital— transforma una habitación similar en un escenario distinto. Esa diferencia en la experiencia espacial, contenida dentro de una repetición formal, es la que organiza la vida sin imponerle un orden. La cubierta se extiende como un quinto plano que se pliega, se eleva y cae, insinuando una geografía abstracta sobre la que se posa la casa, en alusión al paisaje andino que la rodea. Más que una envolvente, es un relieve habitable. La casa, entonces, no se recorre como un sistema funcional, sino como una constelación de espacios ambiguos, disponibles, abiertos a ser habitados de formas siempre distintas.